Por: Jesús Eduardo Gómez Navarro
Estudiaba la secundaria. Había recibido la invitación del evento del año: Los XV años de la niña más popular de la escuela, y sí, era mi crush. Se imaginarán que mi historia huele a crónica de un fracaso anunciado, y no están tan equivocados. Lo tenía todo planeado, mis pasos de baile, celebrados en casa (mi mamá era mi mayor fan), era mi estrategia. ¿Qué podía salir mal? Así es, todo, pero en ese momento no lo sabía. Llegó el día, estaba listo, usé la loción de mi papá, un poco por aquí y un poco por allá (la verdad es que me podía oler todo el vecindario) mis papos más elegantes (unos sneakers muy coloridos más grandes que yo) y la tarjeta impecable que me daría acceso al mejor día de mi vida (más tarde me daría cuenta que no era por la razón que pensaba ese día) Y ahí estaba ella, en la pista de baile, el momento perfecto para poner en marcha mi plan. Inicié el acercamiento, al ritmo de la música avanzaba posiciones eliminando obstáculos, mi escuela era MC Hammer, Michael Jackson, la Onda Vaselina y agregaba un poco de Gloria Trevi (una gran mezcla sin duda) Cuando estaba cerca, prácticamente en el movimiento final, empieza a sonar una canción que no reconocí, no así los demás, la mayoría empezó a formarse con total sincronía, eso me descontroló. ¿No había leído bien la invitación? Revisé y nada, no había nada que explicara que estaba pasando. Me distraje del objetivo y traté de adaptarme a la situación, pregunté a la persona más cercana y me dijo “No te preocupes, solo haz un cuadro y gira” (¿Adivinan que canción era?) Así pues, lo intenté. Pisé algunos pies, luego otros más, empecé a chocar y recibí reclamos, entre ellos los de la cumpleañera. Fue de las primeras veces que experimenté frustración seguida de bastante enojo, me sentí incapaz, torpe. Resolví salirme de la pista de baile y de la fiesta. Ese día nació mi odio a dos cosas: el baile y al caballo dorado con su “no rompas más” y duró por varios años, toda fiesta que implicará baile y en particular esa canción me revolvía el estómago.
Saliendo de universidad, una chica que pretendía me preguntó en una plática random que cosas me molestaban o me hacían perder la cabeza, y justo le platico la historia de secundaria. Me anima a enfrentar lo que me generó esa experiencia y acepté, la verdad más que por mi interés de desarrollo personal fue por quedar bien con ella. Preparó todo con bastante esmero, hasta sombrero y botas consiguió. Me di el tiempo de atender las instrucciones, estaba en un espacio de confianza, de verdad que era solo hacer un cuadro y girar. Empecé incluso a disfrutar, sonreí, estaba bailando esa horrible canción de ese maldito grupo en perfecto ritmo. El odio desvaneció. Lo primero que pensé “Tengo que ir a una boda, tengo que mostrar mi nuevo talento” Se imaginarán que ya no todas las fiestas usaban esa canción, pero uno reconoce invitaciones que sí, sabes cuando huelen a caballo dorado. Y llegó. Por fin podía verme en acción, me di cuenta que el odio se había convertido en miedo y me limitaba. Ya no había miedo, tenía nueva información, tenía poder. Estaba ansioso, la chica que me acompaño dudaba en que pondrían la canción, pero yo estaba seguro. Después de todo el protocolo de boda, se abrió la pista de baile, calentaba motores, decidí fijar mi vista en el dj y mandaba señales mentales “Pon el no rompas más, pon el no rompas más…” y sí, de repente, el ritmo que anunciaba mi momento, comenzó la formación, ya sabía lo que pasaba, no era más aquel chico de secundaria, me imagine mi sombrero, botas y cinto con hebilla grande imaginarios, mi cara reflejaba gran seguridad, veía como personas se retiraban (me di cuenta que no era el único con odio al caballo dorado) pero sí, para mí era todo diferente ahora. Empecé a notar a mi pareja preocupada, yo mismo le decía, todo estará bien. Pongo atención a la canción ya con mano en cintura y la otra en la cabeza y algo no me cuadró, algo no estaba bien. Pensé que la misma emoción me estaba afectando pero no, era otra canción muy parecida (Así es, el payaso de rodeo apareció) mi cara cambió, tenía una regresión, escuché un “No te preocupes, es lo mismo pero más rápido y con un brinquito” Lo intenté, pisé algunos pies, luego otros más, empecé a chocar y recibí reclamos…me salí de la pista frustrado y enojado pero a diferencia de aquella vez acabé riéndome de la situación y sabía que solo era cuestión de seguir practicando y aprendiendo, regresé a la pista de baile y lo logré. Hoy soy el fan número uno del no rompas más y payaso de rodeo en las fiestas, es mi momento favorito.
Esta es una de mis historias favoritas de vida, y suelo relatarla en clases en universidad, cursos o talleres que doy, asesorías de negocio y una que otra conferencia que me invitan, incluso bailamos (literal) y es un momento muy divertido. De verdad que esa invitación de XV años me daría acceso a un día especial de mi vida porque tendría un gran aprendizaje para mí y que hoy te lo quiero compartir. La importancia de pedir asesoría, de pedir ayuda. En lo personal, en lo profesional o en tu proyecto de negocio. Existen personas, grupos, empresas y organizaciones con gran entusiasmo, pasión y capacidad de impulsar el desarrollo de otras. Vale la pena pedir una opinión, un punto de vista distinto, una recomendación, sugerencia que te permita ampliar tu visión de las cosas. Es un ejercicio realmente enriquecedor que te aseguro no te arrepentirás de hacer. De inicio, como todo puede ser extraño e incluso para algunos molesto, pero te sugiero (aprovechando, una mini asesoría) ser paciente, mantenerte abierto y sobre todo darte la oportunidad de dar pasos en la oscuridad (acaba siendo un gran ejercicio creativo), al final pueden pasar dos cosas, que te des cuenta que estas en lo correcto (lo que esperas) o que reconozcas lo que no estás haciendo bien y puedes mejorar (lo que no esperas pero que sin duda te beneficiará) ¿Cómo saber cuando pedir asesoría? Mi primera idea es ahora, siempre es buen momento, pero en otra idea, te comparto dos señales que me hacen saber que la necesito: 1) cuando me digo que no la necesito y 2) cuando me encuentro con mucho odio y coraje contra algo (aplica en lo personal, profesional y empresarial)
De igual forma mi experiencia como emprendedor me hace tener presente la importancia de la asesoría. En un momento clave de mi emprendimiento sin duda requería el apoyo de expertos. Se me propuso una sociedad y en ese momento, como el chico de secundaria, pensé ¿Qué podría salir mal? Y sí, otra vez, crónica de un fracaso anunciado. Todo salió mal. Acabé cediendo después de mucha presión el nombre de marca que junto con mi familia trabajamos con mucho esfuerzo por más de 8 años para generarle una reputación importante. Olvidé que formaba parte de una gran comunidad empresarial como Fundación ProEmpleo León (justo incubé mi proyecto con ellos) y desaproveché el acercamiento con los consultores que si bien no evitarían todas las complicaciones que presentaría el crecimiento del negocio, estoy seguro que hubiera contado al menos con más herramientas para enfrentar esas complicaciones. Como mi historia de secundaria, el fracaso me llevó a otro gran aprendizaje. Asesorarse con gente especializada, si bien, el consejo de un familiar o amigo puede ayudarnos o ser suficiente en ciertos casos, es necesario considerar el respaldarse con alguien que ha pasado por lo que estamos pasando y ha tenido tanto fracasos como éxitos.
Hoy tengo la oportunidad de colaborar con la Fundación ProEmpleo León en la capacitación, asesoría y vinculación de emprendedores y empresarios de la ciudad de León y otras más. Promuevo mucho el acompañamiento permanente en lo personal, profesional y empresarial. He visto como emprendedores y empresarios salen sumamente satisfechos y contentos de “darse el tiempo” para consultar acerca de su negocio, los mismos urgentes del negocio no les permiten pensar en la estrategia y los hunde en la operación. Mismo efecto cuando los empresarios trabajan en la red de negocio o networking que hay en la Fundación y entre ellos retroalimentan e impulsan colaborativamente sus negocios.
Con ánimo “connecting the dots” tomando de referencia la historia de secundaria, el emprendimiento, y otras tantas cosas más, creo que el secreto en los negocios está en entender de ritmo o timing (permíteme la última mini asesoría) aprender estar en el lugar, en el momento, con la persona o grupo de personas, con el producto y/o servicios adecuados. La mejor forma de aprenderlo creo, es bailando. Por eso digo también que la mejor clase de negocios es una clase de baile (para aprender el no rompas más o payaso de rodeo, por ejemplo) aprender a conectar los movimientos de tu cuerpo al ritmo de la música, con otra persona, o muchas y diferentes personas, a improvisar, a disfrutar, aprender el valor de la disciplina, la constancia, el proceso, el efecto de una buena alimentación y dormir bien, integrar diferentes estilos de baile, en fin. ¿Quieres mejorar tu habilidad en los negocios? Apúntate a una clase de baile, con más urgencia, si eres de los que, como yo en algún momento, odiaba bailar. Pide asesoría, pide ayuda, no está mal de verdad, al contrario, es lo mejor créeme (con conocimiento de causa) que puedes hacer.